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Sucedió en Bogotá, hace como 2 años. No usábamos tapabocas todavía. Fue en la puerta del Banco AV Villas de la carrera 13 con calle 26, frente al Hotel Tequendama. Iba con la disposición de retirar un dinero que mi esposa Josefa Calderón me envío.

Me lo encontré en la puerta del banco hablando con 2 vigilantes, me pareció que estaba indagando por algo. Me le presenté, preguntándole enseguida que necesitaba. Él abrió una mano y me mostró un celular, manifestándome que le urgía ir a una oficina de Tigo para que le activaran el teléfono.

Quede desconcertado, por dos motivos, el primero por encontrarlo como fuera de lugar sin saber a dónde ir y segundo, por la sencillez de su celular. Mentalmente me transporté mientras él me hablaba, a los años 70 y 80 donde Jorge Oñate era y seguía siéndolo, al momento de nuestro encuentro, un ídolo de multitudes y para la época uno de los más requeridos por aquello que en la Costa Atlántica.

Me dijo que el celular era de su esposa o estaba a nombre de ella, pero requería con urgencia arreglarlo. Le manifesté que, a pocas cuadras de ahí, carrera séptima con calle 22, había una oficina de Tigo y me ofrecí acompañarlo.

Nos fuimos a pie. Note cansancio respiratorio en él, a la media cuadra de estar caminando. Había que atravesar la décima y luego la séptima. Debo decir que justo en el lugar que nos encontramos, la carrera 13 confluye con la décima y la séptima a una distancia entre ellas de unos pocos metros. Las tres carreras se juntan en ese punto. Nos fuimos hablando.

Le dije que trabajaba en el magisterio y la expresión que lanzó enseguida con su acento marcado entre vallenato y guajiro, fue el de, ¡Pero eso es un puestazo! Le sonríe por verlo motivado y por escuchar en esa mañana friolenta ese dejo sabroso con que sabroseaba la charla. Llegamos a Tigo. Algunos lo reconocieron y se tomaron fotografías con él.

El muchacho que nos atendió se esmeró por complacerlo. Antes que Oñate se sentara, yo hice un prólogo con el empleado de Tigo, tratando a toda costa, que al Jilguero se le solucionara su problema técnico. Pero había un impasse que el celular no estaba a nombre de Jorge, sino de la conyugue.

El muchacho salió a hablar con un superior y no hubo manera de superar la situación. Me apene con Oñate por no haber tenido éxito en la diligencia. Antes que lo atendieran le había dicho que yo era amigo de Filiberto Arzuaga y Alfredo Gutiérrez, lo llamamos y hablaron jocosamente entre ellos.

Quise regalarle un gran recuerdo a mi amigo Nazareno Conrado y Ricardo Bustamante oñatistas de pura sangre, le marcamos y los puse a dialogar para sorpresa de Ricardo, que entre sorprendido y feliz le expresaba su admiración a Oñate.

Nos despedimos en la puerta de Tigo. Después me arrepentí por no acompañarlo más, pero tenía ir cerca de la plaza de Bolívar y me faltaba caminar bastante y los buses iban a salir con destino a Barranquilla con los docentes.

Hora y media fue lo que traté en vida con este grande que partió. Como cantante inigualable. Yo soy Diomedista y Alfredista, pero este hombre que hoy se nos fue, marco toda una época y fue ídolo, con sus virtudes y defectos, de multitudes.

Así como siempre he considerado que Diomedes tuvo un quiebre sentimental en su vida con la muerte de Doris Adriana, también he pensado que Jorge Oñate González, no tuvo más tranquilidad en su vida a raíz de los señalamientos por el asesinato de un líder político de La Paz, su pueblo natal.

Son impresiones personales sin evidencia alguna. Paz en su tumba. Querido maestro.

Víctor Manuel Turizo Cam

vituca1608@gmail.com