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Para conservar memoria de lo sucedido, alguna vez pensé se podía crear en Colombia, una especie de Museo del horror o Museo de la infamia, donde se exhibirian en estantes separados, las fotografías de los más grandes criminales nacidos en nuestra tierra, señalándose el número de personas asesinados por cada uno de ellos, y formas de realizarlos, además, un registro de las distintas masacres ocasionadas por paramilitares y guerrilleros, los políticos determinadores, las casas de pique, y una banda sonora donde se oyera los hijueputasos y demás palabras soeces de los verdugos, los gritos desgarradores de la víctimas, sus llamamientos de misericordia el “no me maten por favor”, y el sonidos de las armas haciendo su oficio de tortura y sufrimiento, figurando en primera plana, Pablo Escobar Gaviria y su sicario John Jairo Velázquez, alias Popeye.

A la muerte de este último, recordé lo anterior, pero volviendo al presente, considero lo afortunado de este sujeto, toda vez que no obstante confesar sus centenares de crímenes con alegría y gozo, incluidos los realizados contra los integrantes de las Fuerzas Armadas, institución de la cual hace parte el General Eduardo Zapateiro, tenía numerosos seguidores en la plataforma YouTube, siendo miembro del Centro Democrático, a juzgar por su presencia en la marcha organizada por ese partido, el día del plebiscito sobre el acuerdo de paz, lo cual recibió muchas críticas.

Saliéndole al paso el Vicepresidente Francisco Santos, quien en entrevista de la emisora Blu Radio, dijo no haber lugar a la crítica, porque el Centro le correspondía el derecho de tener su “Popeye”, como las Farc tenía a el “Paisa”, esa monstruosidad verbal fue corroborada apoyándola, por el periodista Mauricio Botero Caicedo, una mañana de domingo en las páginas del diario El Espectador, como puede comprobarse en los archivos de los medios de comunicación señalados.

Así pues, extinguida la máquina de muerte que fue Popeye, sin decir nada de sus cómplices, sus admiradores y copartidarios lamentaran su fallecimiento, y los innumerables sobrevivientes de los de familiares caídos, sin odio y sin rencor, sentirán alivio por la partida de un hombre cruel, ávido de sangre y sed de mal.

Emiro Guerrero