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Mi madre, Ana Angulo Silva, fue una sencilla mujer del corazón de la Zona Bananera del Magdalena Grande, de la población de Riofrío. Como muchas nacidas en los años 20 del siglo XX, su vida estuvo por entero dedicada a su familia y a la crianza de sus hijos. Hija única de la unión de su padre con su madre, pero la mayor de 14 hermanos, 8 de padre y 6 de madre, con los cuales mantuvo una estrecha relación y un apoyo mutuo.

Además de realizar las labores domésticas, mi madre también contribuía con la economía familiar al tener, en el patio de la casa, su negocio de compra y venta de carbón y lana de origen vegetal que complementaba con una pequeña tienda, ya que siempre quiso manejar su propia platica para ayudar, en parte, a sus hermanos si así lo requerían y dar a sus hijos algo adicional en la preparación de sus viajes rumbo a sus estudios. Mi madre fue una persona común, que siempre se sintió a gusto con la tranquila existencia en su pequeño mundo interior. Llevaba una vida sencilla y sin pretensiones, de las que aprendí muchas cosas importantes porque, gracias a su ejemplo, comprendo claramente que no hay razón para que una madre se sienta disminuida o piense mal de sí misma por no haber recibido una gran educación. Una mujer que trataba de aprender de todo lo que la rodeaba y que sabía utilizar plenamente la sabiduría que iba adquiriendo en su vida cotidiana, hasta llegar a ser un ejemplo irremplazable para sus hijos.

No hay otro ser más especial que la madre, no hay ni habrá un amor más sincero que el de una madre. La madre es una mujer tan bendita que soporta tantas cosas por amor a sus hijos, mientras, muchas veces, somos ingratos con ellas dando por sentado que nuestras madres siempre estarán allí para nosotros.

Roque Filomena Angulo