Si volviera a ser 2 de octubre, no me conformaría con salir con mi paraguas a votar, ni con escribir en mi muro de Facebook mensajes de apoyo al Sí. En esta segunda oportunidad, solo posible en la ficción, contrataría un taxi —al mejor estilo de los mochileros empleados por los caciques electorales— para llevar a votar a mi mamá, a mi tía, a mi cuñada y a alguna vecina indecisa, que no lo hicieron “porque el colegio donde tengo inscrita la cédula queda muy lejos”, “porque está lloviendo”, “porque tengo que hacer las tareas con el niño”. Es más, hasta me habría inventado un tarjetón didáctico para explicarle en lenguaje de señas —que desconozco— a mi tío de 75 años (sordomudo, campesino, analfabeta, que se vino a vivir a Barranquilla hace 12 años huyendo de la violencia paramilitar en el sur de Bolívar) cómo votar por el Sí. ¿Será que esta estrategia hubiese tenido un tufillo de fraude electoral? ¿O en este caso, el fin del conflicto justificaba los medios? Tal vez sí, tal vez no. No lo sé.
Pero la ficción no existe y la sensación que tengo es de que no hice lo suficiente. Opté por el “dejar hacer, dejar pasar”, que cada uno actuara con libertad. Confié en que era “obvio que sí”. Pero no. Me equivoqué.
Y ahora quisiera pensar que viendo los titulares de hoy sobre el próximo fin del cese al fuego bilateral, viendo la reacción de la víctimas en Toribío, en Bojayá, algunos —por lo menos uno— de los abstencionistas o de los partidarios del No, tengan quizá la conciencia de que también ellos se equivocaron.
Patricia Lemus Guzmán - patricialemusg@yahoo.com