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Eran aproximadamente las 12 del mediodía del martes 25 de febrero y la calle 84 permanecía en tranquilidad cuando las autoridades empezaron a cerrar las vías para darle inicio al desfile que lleva años llenando de color esta vía en el último día del Carnaval.

El calor azotaba al público que empezaba a llegar para ver a los grupos folclóricos y danzantes. Toldos y polisombras atraían a hombres y mujeres que deseaban alquilar una silla por un módico precio.

Hacia la 1:00 de la tarde ya se veía el colorido evento lleno de espectadores alegres. La espuma y la maicena no podían faltar. Los vendedores ofrecían sus productos fríos para contrarrestar el calor. En la distancia se empezó a escuchar el retumbar de los tambores que anunciaba el paso de un particular grupo. Con disfraces llamativos, de espuelas y castañuelas, los actores se llenaban la boca con algún líquido inflamable que expulsaban con fuerza hacia un fósforo encendido. Un acto peligroso, desde cualquier punto de vista.

Se trataba de ‘Los Diablos Arlequines de Sabanalarga’, a quienes los fotógrafos siguieron durante varias cuadras para lograr la mejor captura, y yo no fui la excepción, también me uní a su séquito no oficial de fotógrafos.

El viento cambiaba de dirección sin avisar. Uno de los integrantes dio un paso al frente para poder mostrar la fuerza de estos diablos caribeños que ‘escupen fuego’. Los tambores dejaron de repicar por un instante y, entonces, fue en ese momento cuando aquel carnavalero con alma de dragón se pudo concentrar para evitar un error. Una bola de fuego se extendió por el aire, como queriendo abrazar el cielo, chamuscando un planeta de hierro ubicado en la cima de un desocupado local de la calle 84.

La imagen aquí expuesta pareciera reflejar el calentamiento global de un planeta hecho en hierro, que se derrite por la inclemente llamarada de fuego que lanza desde la distancia un colorido diablo danzante, debajo de un cielo azul que no da rastros de nubes grises que pudieran amainarlo. Esto, mientras que un Joselito Carnaval, en su lecho de muerte, rogaba por un último soplo de brisa.