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En la playa donde horas antes se fotografiaba amorosamente con su esposa, quedó el cuerpo inerte del fiscal Marcelo Pecci, que inicialmente era sometido a infructuosas labores de reanimación mientras la sangre que le brotaba a borbollones, se diluía con el inmenso mar Caribe.

Arrodillada junto al cuerpo se veía a Claudia Aguilera, su compañera sentimental, a la espera de una señal de vida, tan solo un estertor, un espasmo muscular que le devolviera la esperanza de poder vivir la vida que días atrás se habían prometido en el altar.

En las playas de Barú hay una docena de salvavidas acostumbrados a lidiar con muertes por inmersión y motores averiados, pero el pasado 10 de mayo no fue una emergencia habitual, pues aunque la víctima se ahogaba no era por efecto de las aguas del embravecido mar, sino por la sangre que se acumulaba en sus pulmones producto de un balazo en el tórax y otros dos en el rostro.

Los sicarios llegaron y se fueron a bordo de una moto acuática, dejando caos a su paso, y algunas prendas de vestir que según las autoridades, abandonaron a propósito para evitar ser identificados.