Las primeras tareas que cumplió Héctor Velásquez con su máquina de escribir, hace 25 años, cuando comenzó su oficio como escribano tenían la difícil misión de cumplirle el anhelo a turistas italianos y coreanos que llegaban a Cartagena de expresarles el amor y los sentimientos a las jóvenes cartageneras que muchos de ellos conocían en la Heroica. Era una labor extenuante, dice.
El idioma se convertía en un obstáculo a vencer y fácilmente una sola carta se podría llevar toda una mañana elaborándola y dándole los retoques para cumplir su cometido cual era flechar el corazón de aquella diosa coronada que había hipnotizado a aquel visitante con el movimiento del caderaje. Al ritmo de los buenos boleros de Orlando Contreras, Los Panchos o Felipe Pirela un buen tinto y un cigarrillo se comenzaban a escribir las líneas de unas notas que alimentaban el alma de los enamorados.
El amor era la fuente de inspiración con la que se ganaba la vida Velásquez al igual que el Florentino Ariza de Gabo en el Amor en los Tiempos del Cólera. Héctor no recuerda cuantas misivas llegó escribir pero retiene el hecho de que durante mucho tiempo se mantuvo redactando y elaborando aquellas esquelas que llevaban impregnado todo el lenguaje del amor y del encanto.
Una sola podría estar por el orden de los 3 mil pesos. Una vez se terminaba, los turistas salían armados con sus cartas y un ramo de rosas en sus manos a buscar el que sería el amor de su vida. Muchos de ellos, lograban el propósito de conquistar el corazón por siempre de sus amadas. Se casaban en esta capital y salían a sus tierras de origen. No sin antes llegar a agradecerle a Héctor y a otros que tras la magia de sus letras y del buen entendimiento de lo que querían decir, habían logrado descubrir el verdadero amor.
Las redes sociales y la tecnología fueron desplazando a los escribanos que hoy han tenido que arrinconarse en un espacio del Parque de Las Flores. En total son 17 las personas que se ganan la vida con sus máquinas de escribir elaborando ya no cartas de amor sino declaraciones de renta, balances, documentos y demás.
Héctor asegura que esta zona la tienen estigmatizada como la Notaría 8 de la ciudad donde cualquier cosa puede suceder o aparecer por arte de magia; sin embargo sale a la defensa de sus compañeros y asegura que ellos, a través del tiempo se han convertido en los asesores de contadores, abogados y de alguno que otro profesional despistado que no entiende el ritmo de lo legal en el que se mueve el país.
Del romanticismo, queda poco
Solo aquellas máquinas Brother de los años setenta que solían ser usadas en clases de mecanografía y que eran llevadas en sus estuches elegantes por estudiantes de más de un colegio en la ciudad. Héctor la maneja con una propiedad única que la envidiaría cualquier secretaria en su momento. Asegura que está aprendiendo a manejar computador aunque poco le hace falta. Aún no tiene correo electrónico ni cuenta en Facebook.
Recuerda que la primera máquina de escribir la compró hace 40 años en el Sanandresito con una liquidación que le dieron cuando trabajaba en los Impuestos Nacionales. Era una Nakajima que le costó unos 6 mil pesos con la cual se instaló en uno de los puestos del Edificio Nacional. Allí comenzó a ganarse la vida y fue trabajando en este mismo lugar, 40 años atrás, donde conoció a su esposa con la que tuvo tres hijos que han sido criados y formados a base del esfuerzo de un escribano. 'Mis hijos todos son profesionales y gracias a Dios y a la máquina de escribir he logrado sostener mi hogar. Me siento feliz y contento de ser uno de los primeros escribanos modernos que se instalaron en el Edificio y que hoy hemos logrado consolidar nuestra cooperativa', comenta mientras atiende a uno de sus clientes que llega a pedirle una declaración de renta.
Junto con la labor de tramitador y escribano no deja a un lado el ejercicio y el deporte. Es por esta razón que desde ya se está preparando para participar en los juegos nacionales para mayores de 60 años a celebrarse en Barrancabermeja en los próximos meses. El sóftbol es su gran pasión y juega de jardinero central. Con 65 años dejará por un momento la máquina de escribir para lucir el uniforme junto con sus más grandes amigos.
El futuro parece sonreírle a los tramidadores del Parque de Las Flores. Próximamente serán adecuados unos módulos, cerca de este lugar, donde podrán tener todos sus objetos de labores. Héctor asegura que anhela verse montado en uno de estos sitios pues algún día soñó con su propia oficina a donde podría atender a los abogados y amigos de confianza. Advierte que se mantendrá en este oficio durante unos 10 o 12 años más. Y cuando llegue la hora del retiro le guardará un lugar muy especial en su casa a la que por mucho tiempo fue su amiga incondicional: la máquina de escribir.
Siguen firmes
A pesar de algunos detractores, los llamados escribanos del Parque de Las Flores, en el Centro Histórico, han logrado mantenerse por varias décadas, a pesar del auge de las nuevas tecnologías. Quienes se dedican al oficio defienden a capa y espada su labor.