'No me jodan, yo bailo el ‘baile plebe’ porque me da la gana'.
Así respondió en su perfil de Facebook una joven que se identifica como Lucy, la del ‘baile plebe’*, a algunas de sus amigas que le reclamaron más respeto para sí misma.
Justamente, el controvertido baile, que sube el furor en las barriadas nacidas a orillas de la ciénaga de La Virgen, ocupó la atención de los concejales de Cartagena y será el tema de una audiencia pública en su recinto, a finales de este mes, con directivos del ICBF, la Secretaría del Interior del Distrito y cantantes de champeta, entre otros invitados.
No es la primera vez que un baile popular escandaliza a ciertos sectores de la sociedad cartagenera. Pero sí que un concejal pretenda censurarlo a través de un proyecto de Acuerdo, que ya hace tránsito en la corporación.
Hace más de siete años, cuando la champeta aún no había salido a flote en los alrededores de la ciénaga y en las ciudadelas de pobreza de la otra Cartagena, un pase de baile que era la sensación en esos sectores, llegó a ser tan popular, que creció del otro lado, junto a la bahía y las comodidades, y se convirtió en un escándalo, incluso nacional: era el pase de la ‘camita’.
En este, la pareja se desvanecía sobre las extremidades inferiores de su bailarín y hacía movimientos sensuales. Los noticieros de televisión, como esta vez con el ‘baile plebe’, desde Bogotá mostraron felices a los cartageneros en las calles de barriadas bailando la ‘camita’, ante el 'horror' de quienes llegaron hasta vaticinar el fin del mundo.
EL NUEVO DEBATE
Pasado el estupor por la ‘camita’, que por aquellos días era la 'vulgaridad' más grande que habían inventado para bailar champeta, la polémica del ‘baile plebe’ crece. La mujer se pone de espaldas y baila poniendo sus glúteos sobre la parte baja del abdomen de su compañero que, de frente, también se mueve hacia adelante y hacia atrás.
El concejal Antonio Salim Guerra Torres (Cambio Radical), con más de dos períodos en la corporación, llevó unos videos a una sesión plenaria para que sus colegas y las barras vieran cómo en las calles de los sectores marginales, los adolescentes bailan, en palabras del líder político, 'pecaminosamente'.
El dirigente, con cifras de embarazos en niñas y jóvenes menores de 18 años, presentó la iniciativa que busca controlar o erradicar este baile, que, de acuerdo a lo que le dijo a EL HERALDO, 'acelera el instinto sexual' de los muchachos.
Es más, asegura que así se lo 'reafirmaron' psicólogos y psiquíatras que llevará a la audiencia del Concejo.
Otro pensamiento del asunto tiene Ricardo Chica, docente y doctor en ciencias de la educación de la Universidad de Cartagena, autor del libro 'Cuando las negras de Chambacú se querían parecer a María Félix…', que acaba de presentar en La Habana, Cuba. Como estudioso de los comportamientos sociales y culturales de sectores populares de Cartagena, dice que lo que sucede 'no es nuevo'.
Cuenta que en los años 30 también había rechazo a los bailes y la música de los negros. Para esa época, en los clubes sociales locales, y de otras ciudades, no permitían que las orquestas llevaran músicos negros. Pedían que fueran 'morenos, mulatos claros'.
'El bullerengue – afirma Chica– nunca llegó a bailarse en los salones sociales porque era muy africano y consideraban que tenía muchos movimientos lascivos'.
Y se fue más atrás. Recuerda que en el siglo diecinueve los escritores de la época calificaban de 'conductas licenciosas' la forma de bailar de los negros en las fiestas de la Virgen de La Candelaria.
RESPONSABILIDAD FAMILIAR
La educadora Wafad Alarcón, con 40 años de trabajo y quien da clases en el Instituto Educativo Villa Estrella, ubicado en plena periferia de la ciudad, dice que entiende que la cultura afrocaribe es sensual, que es un legado que hay que reconocer, sin embargo considera que 'falta orientación' para que los jóvenes 'no lo malinterpreten'.
Confiesa que ha bailado champeta, que le gusta, pero que siente que 'debe haber un límite' en la forma hacerlo. Opina que padres de familia, educadores y autoridades tienen un 'gran reto' en 'preservar la cultura de manera sana'.
Otra docente de niñas y adolescentes, Marta Bolaños, con 10 años de experiencia laboral, afirma que las familias tienen 'gran responsabilidad' en lo que está ocurriendo, porque siente que algunas canciones y bailes 'incitan a los jóvenes a tener sexo' y los padres no se ocupan de ello.
Admite que hay danzas afros que son sensuales o eróticas, como el mapalé, pero que muchas, en estos tiempos, las convirtieron en sexuales.
¿NO PERMITIR CANCIONES?
Además del debate en el cabildo, Guerra Torres promueve una reunión con gerentes de emisoras musicales, con los programadores de espacios de la radio y cantantes de champeta para tratar de 'hacer un filtro' y no permitir la difusión de canciones que inciten a tener sexo.
'Esto del baile está desmedido', dice el dirigente e insta a los padres a no ser permisivos.
Empero, para el docente universitario Ricardo Chica los cantantes populares tienen derecho a expresarse y a la libre publicación de sus obras. 'Los artistas populares narran lo que ven. Ocurre que quienes están por fuera de los ambientes de las barriadas les incomoda lo que allí se hace, pero para los que están adentro es normal, no hay ninguna prevención', dice.
Insiste el académico en que desde hace cientos de años existe una 'actitud peyorativa' con respecto a las manifestaciones populares, como ocurre por estos días.
Cree que para tratar el tema de los embarazos en niñas y adolescentes, por ejemplo, 'no es necesario acabar con un baile, ni un ritmo'.
Más bien, a su juicio, se requiere abordar el asunto con 'políticas de salud públicas efectivas', para frenar la situación sin hacerlo en contra de las manifestaciones culturales populares.
Chica lamenta que estas expresiones de los afros siempre las relacionen con lo pecaminoso y con la vulgaridad.
En medio de la polémica creciente, lo cierto es que mientras políticos, psiquiatras, psicólogos y especialistas debaten sobre el rumbo que tomó una forma de danzar, en los callejones de los vecindarios de la ciénaga los picós suenan a todo timbal cada fin de semana y una muchachada alegre se divierte con el ‘baile plebe’, sin importarle lo que el resto del mundo opine.
*Nombre cambiado
¿Embarazos y baile?
Como 'contundentes' califica el concejal Antonio Salim Guerra Torres las cifras del Departamento Administrativo de Salud del Distrito, Dadis, sobre embarazos en adolescentes que él asocia al ‘baile plebe’ en las barriadas: en 2011 las embarazadas, de 14 a 17 años, fueron 3.947; en 2012, 4.177; en 2013, 3.901 y el año pasado sumaron 3.893. El cabildante dice que lo peor es que en 2010 hubo 117 niñas embarazadas con edades entre los 10 y 13 años; en 2011 fueron 158; en 2012, 135; en 2013, 151 y el año pasado 134. 'Estas cifras son alarmantes', puntualiza.