Como se sabe, los medios tradicionales se vieron obligados a cambiar tanto sus modelos de negocios como sus maneras de relacionarse con la audiencia en la medida en que la tecnología digital rompía con esquemas lineales y empezaba a permitir que el ciudadano encontrara y consumiera información por vías antes inexistentes. El periodismo, más que nunca, empezó a percibirse mayormente como tributario del poder y no como representante autorizado de la sociedad.
De la duda, de la pregunta, de la necesidad por encontrar respuestas fiables sustentadas en datos y argumentos es más expedito el camino al conocimiento. Ramón Gómez de la Serna a lo mejor diría que lo único que pueda afirmarse rotundamente y sin duda alguna es que se duda…
Una prensa libre y consciente de su papel como garante de los derechos de los ciudadanos es la última trinchera que le queda a la democracia como sistema antes de sucumbir ante la dictadura, vístase esta del color que prefiera.
Ese no ha sido el único error del presidente. Su ego, como tantas otras veces, lo lleva a darle rienda suelta al impulso visceral de contestar por redes antes de permitirse un instante de pensamiento sosegado. Si a esto le sumamos el abrir varios complicados y paralelos frentes de batalla con el legislativo y una parte del sector judicial, pues el desgaste no iba a tardar en llegar. Es mejor acometer el cambio por fases, procurando tener el chance de hacerlo; que pretender cambiarlo todo al trancazo sin margen de error ni de espera.
La corrupción es la peor de nuestras enfermedades crónicas, y siendo realistas, si empezáramos hoy a tratarnos con seriedad, apenas en dos generaciones podríamos ver resultados. La llevamos tan tatuada que ya parece parte de nuestro código genético. Algo va de la picaresca malicia indígena a la corrupción generalizada y rampante que nos rodea. Seguirla negando, excusando o minimizando es igual a verla hacer metástasis.
Sin contexto, sin datos comparados, sin contraste de fuentes, sin separar como se debe información de opinión, sin buscarle el sello a la cara o viceversa; lo de la prensa es mayormente penoso. Y si a todo eso le sumamos que sus intereses siguen ligados a los que ahora añoran y critican el poder que siempre tuvieron, pues peor.
No menos importante es preguntarse por la calidad de una democracia que se dedica, por lo menos así parece en lo local, a repetir figuritas en el álbum. ¿Tan mal estamos de liderazgos alternativos y con propuestas renovadoras e interesantes que toca repetir en Alcaldía y Gobernación? ¿Esa es la única manera de hacer las cosas o de entender el servicio público?
Estamos cercados por titiriteros de afiladas uñas y brazos largos, viudos obsesos del poder, soberbios ególatras que gustan rodearse de vasallos, intolerantes ante el pensamiento divergente, mitómanos con parlantes tarifados a su servicio. Se les encuentra y reconoce con relativa facilidad habida cuenta que en su mayoría son expresidentes de la república o directores de partidos políticos ahogados en escándalos y clientelismo.
En esa línea, comedida y respetuosamente me permito sugerir a quien se designe en la gerencia del canal que el foco de su gestión sea la memoria, entendido esto como que Telecaribe se consolide de una buena vez como la memoria audiovisual de la región, sus saberes, creencias, festividades y características esenciales, con sus particularidades, semejanzas y diferencias.
Y si hablamos de las fiestas, es claro que “El último Carnaval”, ópera prima del siempre recordado Ernesto McCausland, merece una consideración especial por lo que generó en el público local. Así mismo, Ernesto lideró “La esquina del cine”, grupo de entusiastas contadores de historias que realizaron cortometrajes como “Luz de Enero”, “Eterno nómada” o “El Cordel”; los dos primeros ganadores de convocatorias de Mincultura.