A la orilla del Magdalena, donde el río murmura memorias antiguas y sueños por cumplir, un grupo de visitantes del Foro Local de la Ocde se dejó tocar por algo más que una gran obra de infraestructura: por un atractivo turístico que muestra al mundo lo grandioso que es Barranquilla.
El recorrido por el Gran Malecón del Río no fue solo una caminata; fue un encuentro con una ciudad que aprendió a mirarse con dignidad, a escuchar a su gente y a transformar el dolor en esperanza compartida. Así poco a poco los guías turísticos fueron desmenuzando la historia de una ciudad que a través de diferentes gestiones ha logrado transformar su cara y su propósito.

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En medio del recorrido mostraron por qué aquí, en esta franja viva entre agua y asfalto, las comunidades no fueron invitadas a ver el proyecto desde la orilla, sino a construirlo desde adentro. Así lo narró Brayan Camargo, vecino del barrio Siape y hoy supervisor en el Caimán del Río. Su historia es el reflejo de muchas otras.
“Cuando esto apenas era un sueño, vinieron a hablar con nosotros. No era una obra más, era algo que también nos pertenecía. Yo empecé como operario, y hoy soy supervisor. Nos formaron, nos escucharon. Este malecón también lo hicimos nosotros, con nuestras manos y nuestro corazón”, dijo Camargo.
Con entusiasmo y una mezcla de orgullo y asombro aún recuerda el primer día, cuando apenas entendían qué significaba este proyecto. En la actualidad, no solo conoce cada rincón del malecón, sino que siente que su vida misma cambió junto a sus orillas.

Una ciudad que muestra su atractivo
El Gran Malecón no es solo concreto ni adoquines. Desde sus amplios espacios peatonales, sus plazas culturales, hasta las zonas de juego y restaurantes, todo parece diseñado para el encuentro humano. Familias, jóvenes, artistas y emprendedores conviven en un escenario que respira identidad caribeña.
La belleza de este espacio también conmovió a quienes llegaron desde otros rincones de América Latina, tales como Alejandra Mejía, directora de la Cámara de Comercio de Choloma (Honduras), confesó que eligió este recorrido por una intuición.
“Este lugar es mágico. Te invita a pensar diferente, pero también a actuar. Barranquilla es un ejemplo vivo de inclusión, de calidez humana. Aquí uno ve que los sueños sí pueden volverse realidad, y con la gente adentro”, manifestó.
Desde Guatemala llegó Cindy Hernández Bonilla, de Fundación Avina, quien vivió su primera experiencia en Colombia con una sonrisa permanente.
“Nos han recibido con una alegría desbordante. La juventud aquí tiene voz, tiene espacio, y eso se siente. El río, el Magdalena no es solo un paisaje: es un ser vivo, y se ve que lo respetan, que lo cuidan. Eso es poderoso”.
Yaleni Santis, funcionaria de la Gobernación de Sucre, no ocultó su emoción al recorrer un lugar que alguna vez fue su casa y que recordaba como un lugar olvidado y sin infraestructura.
“Viví en Barranquilla hace 10 años y recuerdo que por aquí no se podía transitar. Ver hoy este espacio transformado, con equilibrio ambiental y aprovechando el potencial del río que antes estaba olvidado, es algo que emociona. Me voy con la certeza de que Barranquilla es un ejemplo de desarrollo sostenible y restaurativo”, expresó.
Desde Sucre, según cuentó, ya se vienen adelantando procesos similares, tras reconocer que experiencias como las que se viven en Barranquilla son clave para seguir el camino. “Estamos observando con detalle. Cada rincón de este recorrido me ha dejado algo. Hasta el joven que me dio sombra con la sombrilla. Cada gesto, cada detalle ha sido cuidado, y eso también habla de la ciudad que queremos construir”.
Infraestructura con Alma
El Gran Malecón del Río es un ejemplo de cómo una obra pública puede ser también una obra del alma colectiva. Porque aquí, el cemento tiene memoria, las luminarias tienen propósito, y cada árbol sembrado guarda el nombre de un sueño comunitario.
Este lugar ya no es solo de Barranquilla; le pertenece al mundo como testimonio de lo que es posible cuando se construye desde la escucha, desde el arraigo y con una mirada amorosa hacia la gente y es precisamente esa la opinión que se llevan los visitantes que arribaron al lugar para conocer y buscar replicar este modelo.
Y mientras el río sigue su curso, la ciudad también avanza: inclusiva, vibrante, orgullosa de lo que ha logrado, sin olvidar de dónde viene. Aquí, cada paso sobre el malecón es también un paso hacia una ciudad más humana.
Gastronomía local
La experiencia no solo fue visual. Durante el recorrido por el sector Jardín del Río, los asistentes degustaron las delicias de una gastronomía que no olvida sus raíces.
Adrián Gómez, emprendedor barranquillero y anfitrión de una de las paradas del recorrido, recibió con gratitud a delegados nacionales e internacionales para compartir, no solo su cocina, sino su historia.
“Para nosotros esta visita es muy especial. No solo es mostrar lo que se hace en una cocina, es parte de un proceso más grande, un compromiso con la sostenibilidad, con el río, con hacer las cosas bien y con sentido humano”, contó.
Lo que se sirvió a los delegados no fue un banquete cualquiera, sino una pequeña muestra de identidad caribe: una canasta de patacón crujiente rellena de un coctel de camarón fresco, una croqueta de morcilla servida sobre una cama de suero atollabuey y un pincho artesanal de brocheta y chorizo, hecho con técnicas caseras, evocando el asado de barrio y el compartir de las familias caribeñas.
Durante el recorrido los visitantes lograron también degustar platos típicos como la arepa de huevo, la caribañola y los deditos de queso que no faltan en los desayunos de los hogares del Caribe. Cada bocado llevaba consigo una historia, una raíz y un deseo de mostrar que la transformación también se cocina.