El despuntar del sol en Barranquilla, en calles de barrios populares y pasos tan tradicionales como la calle 30 y 17, siempre estuvo acompañado por un paisaje muy similar, que se volvió casi que idílico en el imaginario de sus ciudadanos, con el astro rey calentando con un cielo azul brillante de fondo, todavía una fresca brisa corriendo y la gente saliendo apresurada a sus obligaciones.
Sin embargo, ese marco pintoresco, siempre estaba adornado por un sonido bien particular: el de las herraduras en los cascos de los caballos y burros, golpeando contra el pavimento o el piso de tierra apisonada, que con su galope pausado, iban tirando de las carreras que llevaban atadas sus lomos.
En dichas carretillas, iban montados hombres que se dedicaban a vender frutas, verduras y cualquier tipo de otros artilugios o, bien, a transportar desde escombros, resultantes de podas de árboles e, incluso, mudanzas de una casa en un barrio, a otra muy distante.
Una actividad condenada a desaparecer en la ‘Puerta de Oro’. Esto, “teniendo en cuenta la recién implementación del decreto 0785 de 2024 que extiende la prohibición de la circulación de los vehículos de tracción animal en todo el distrito de Barranquilla”, según comentó la Alcaldía a EL HERALDO en días recientes tras el anuncio de la entrada en vigencia de todo el rigor de la norma.
“Los animales que sean aprehendidos pasarán a un proceso de adopción para el mejoramiento de su calidad de vida y bienestar, de acuerdo con lo estipulado en el artículo 46 de la Ley 1774″, añadió la administración local.
Una herencia de familia
Esas carretas tiradas por semovientes son los carros de mula, un residuo en estas épocas modernas, de una Barranquilla de principios de siglo XX, donde moverse al lomo de los animales de carga era la manera más accesible que tenía la gente para moverse.
Fue la oportunidad de rebusque de mucha gente, por muchos años, que no encontraron otra oportunidad de sustento laboral.
Ese es el ejemplo de Jhon Jairo Ponce Jiménez, de 45 años, un carromulero desde los 15 años y que se acomodó a vivir del día a día, desde que su papá le enseñó a valerse de este oficio.
“Imagínate tú, ese es el sustento diario de mi mamá, fue el de mi papá que falleció en el 2013″, rememoró sentado en la puerta de su casa, en el barrio Evaristo Sourdís, a unos pocos metros de la cancha de Lipaya.
Desde muy joven se metió en el oficio viendo que tenía que ayudar a su padre, Víctor Ponce García, quien falleció el 8 de agosto de 2013, luego de 20 años como carromulero.
No solo para aprender a conducir la carreta y entender cómo funcionaba el negocio. Sino también para aprender a criar a los caballos, burros y mulas que son el motor de la maquinaría que los sustenta.
Su compañero de jornada en la actualidad se llama ‘Pepe’. Lo tiene alquilado, pues eso también es una forma de sacarle dinero a la crianza, con todo y eso ha podido levantar la casa donde vive actualmente.
“Yo estudiaba en la mañana y al mediodía me iba para la ferretería, ya hasta la tardecita que veníamos. Y así me fui dando cuenta, mi papá me enseñó a trabajar. Agradecerle a Dios, que con él, lo que tengo ahí (señaló a su casa) trabajando con él tengo el ranchito ese”, explicó.
Y detrás del burro ‘Pepe’ hay toda una familia que vive de lo arrea de un lado para otro en la carreta que construyó con sus propias manos Jhon Jairo.
“Está mi mamá, tengo dos hermanas, dos sobrinos, mi esposa y mi persona”, contabilizó.
Sin embargo, tomó una de las decisiones más difíciles de su vida. Se va a reinventar, va a entregar a su compañero cuadrúpedo y entrar a un nuevo proyecto, del que le invitó a participar el Centro de Oportunidades de la Alcaldía.
“Todo fue a raíz de una llamada telefónica: ‘Mire, lo estamos llamando de parte de la Alcaldía, para el cambio del animalito por otra alternativa’. Primero estaban dando otra opción, pero esperamos a lo último, porque estábamos viendo que muchos entregaron y no han quedado con nada. Hemos quedado entre los últimos y mira que, gracias a Dios, nos han beneficiado mejor. Nos van a dar un motocarro porque la idea es seguir trabajando”, expresó.
Dejar a ‘Pepe’ en manos de los nuevos cuidadores del Distrito no va a ser fácil. Pero es algo que está dispuesto a hacer para adaptarse a las circunstancias del mundo actual.
“Miedo no, pero me va tocar, como quien dice, volverme a adaptar. Este es un trabajo que no es deshonra, a volverse uno motocarro. Ya uno sabe en el carro de mula que va a la ferretería y salen sus viajecitos, ahora toca aprender todo de nuevo”.
Y es que el vínculo, establecido entre unos y otros, dueños y animales, se vuelve fuerte y es complejo de disolver, al punto que las lágrimas afloran.
“Es duro, es triste, porque imagínate, casi 15 años con el animal. Hay personas que lloran, uno lo podría hacer. Yo creo que voy a llorar el día que entregue mi animal. Mi papá nos crio a punta de carro de mula. A veces se quedaba tomando allá arriba, y el mismo burrito lo traía hasta la puerta de la casa”, recordó con gracia.
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Los días sin el caballo
Todos los temores que guarda en su cabeza John Jairo, ya otros lo vivió en carne propia y logró salir adelante, a pesar de dar un paso a lo desconocido y con todos los miedos naturales encima.
Rafael Antonio Vásquez Suárez, 65 años, era carromulero y ahora es albañil. Vive en el barrio Rebolo y en 1981 adquirió por 21 mil pesos un ejemplar de potranco criollo que lo acompañaría hasta el 2020, cuando lo entregó a la Alcaldía para iniciar su senda como emprendedor en otros proyectos.
“Me despegué con el dolor, que todavía lo siento. Pero ajá, ¿Cómo se hace? Lo entregué bien, me dieron lo que me dieron, nos cayó la pandemia y se me jodió el negocio. Me tocó trabajar de esto otra vez, la albañilería”, recuerda con una mezcla de sentimientos.
Durante las más de tres décadas que se dedicó al carro de mula, logró sacar adelante a su hogar, con su esposa luz Varón y sus tres hijos varones Benny Arturo, Édgar e Ignacio y, por supuesto, su caballo ‘Veintisiete Pecas’, que recién comprado le contó los lunares en su pelaje para bautizarlo así.
“Era como un niño para mí, un animal que yo criaba. Me llevaba a donde sea, hasta a playa. Hasta donde fuera me iba con él”, recuerda de manera jocosa en esos años.
“La gente ya me conocía en Pradomar. Me iba a las 4:00 de la mañana, llegaba allá a las 6:00 de la mañana. Me iba con mi familia, con mis hijos, llevaba vecinos. Era la ‘burbuja’ mía para irme a playa todos los domingos. No gastaba en bus y de allá para acá, cuando no había transporte, la gente me decía: ‘dame un chance’; yo les respondía: ‘¿Acaso esto es carro para darte un chance?’ Tenía que bajarlos”, añadió.
‘Veintisiete Pecas’ era un miembro de la familia que los llevaba, tirando del carro de mula, hasta la playa. Posó en las fotos familiares y quedó bien amaestrado, haciendo trucos y gracias cual si fuera una mascota de compañía.
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“Es duro ¿No me ves? Ya lo entregué y todavía lo siento. No lo tengo, y todavía me duele. No es con palabras, es con lágrimas que lo demuestro. Tengo fotos todavía, las veo y me enredo para hablar después”
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que afrontar la realidad, el oficio iba a desaparecer y era el instante de entrar a buscar nuevas alternativas.
“Sí, he cambiado, para qué. Antes me asoleaba, ahora no. Luego de entregar el caballo yo tenía un café-internet, como nos cayó la pandemia, nadie entraba, todo era por celular. Las mamás aprendieron a hacerles las tareas a los niños desde el celular y había que tenerlo cerrado. No lo vendí, como nadie lo usaba, se dañó. La tinta de las impresoras se secó, los discos se pegaron, ni para chatarra”, se lamentó.
Pese a todo, en ese proceso de adaptación, la Alcaldía no lo abandonó. Su casa fue objeto del Plan Alcalde y le fue mejorada. Le han apoyado con créditos y con ese apoyo ha podido colocar una miscelánea y una venta de repuestos para bicicletas.
“Yo quiero que entreguen a los animalitos, eso es bueno. Yo sé que los animales producen, pero ya dijeron que eso lo van a quitar, que Barranquilla va a mejorar, va a cambiar, he visto como están mejorando el puente aquí, de Rebolo; entonces, les digo a los compañeros que los entreguen”, cerró.
Antecedentes en el Distrito
De cara a este proceso de sustitución, hay que decir que desde el 2013 la Alcaldía de Barranquilla realizó las primeras gestiones con la implementación del programa integral de Vehículos de Tracción Animal, con ello se logró poner en marcha y reglamentar la sustitución de este tipo de vehículos en 2014.
A través del programa de sustitución de Vehículos de Tracción Animal se ejecutaron acciones de sensibilización, pedagogía, cursos ambientales, visitas domiciliarias, identificación y carnetización de conductores de VTA, logrando por medio de este proceso que 527 beneficiarios cambiaran sus VTA por emprendimientos como alquiler de lavadoras, ferretería o comidas rápidas.
Para 2023, se decomisaron, atendieron y se dieron en adopción 10 semovientes, con firmas de actas de compromiso para prevenir que los animales fueran nuevamente explotados laboralmente.
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Lo cierto es que lo que se avecina en Barranquilla es más que la jubilación de caballos y burros, luego de muchos años de trabajos y tirar de carretas de un lado para otro, es el cambio de unas costumbres arraigadas en el seno popular, de buscar en el carro de mula la salida fácil a muchos de los problemas del día a día.
Sea como fuere, ese sonido de las herraduras por las calles, está por terminar. Y con ello, toda una época en Barranquilla, donde los poseedores de estos semovientes tendrán que entrar en un proceso de reinvención, estudio y superación, en un desafío que no será sencillo ni rápido, pero que va a pleno galope entre ellos.
Deben sacar la licencia de manejo
En este momento son 24 los conductores y poseedores de carros de mula los que están haciendo el proceso con la Alcaldía. Ellos deberán asistir en próximas semanas a las 8 clases para adquirir la licencia de manejo que les permita manejar, con todos lo saberes y bajo el amparo de las normas y la ley, un motocarro que recibirán una vez hayan entregado al cuidado de la Alcaldía su semoviente. La idea es que puedan substituir al caballo, burro o mula por una herramienta similar a su trabajo, el cual les pueda aportar más eficiencia a su labor y, además, sacar de las largas jornadas de trabajo a los animales.