A son de música, sancochos y dulces los tomasinos departen en las terrazas de sus casas en la conocida calle de la ciénaga, la cual fue cubierta y adornada a lado y lado como si se tratase de un bazar. Los niños, jóvenes y adultos salen para apreciar un ceremonial desbordado de sangre, sudor y tradición.
El Viernes Santo a las cinco de la mañana, cuando casi todas las personas duermen, César Eliecer Bocanegra, conocido como ‘Chele’, se despierta para cumplir el compromiso que tiene con el Señor de los Milagros.
Sin beber ni una gota de café –como el mismo dice– se dispone a salir, pero antes con mucha reverencia prepara sus herramientas: un pollerín, el capirote y la disciplina. El primer elemento es una falda blanca con la que se cubre de la cintura hasta los pies; el segundo es una especie de manta transparente con la que cubre su rostro, y por último el látigo elaborado con una cuerda que lleva en la punta siete bolitas de cera.
Desde ese instante, ‘Chele’ abandona su oficio como albañil, como se le llama a los obreros de construcción en la Costa, y se convierte en un flagelante o penitente que se dirige a cumplir un compromiso espiritual, tal y como lo ha venido haciendo sin falta desde hace cuatro años. César habla sin temor de su primera flagelación, dice que no sintió miedo alguno a pesar de todo el temor que la gente infunde en las calles.
'Eso fue en el año 2019 cuando hice mi primer recorrido, no tenía miedo, fue normal. Yo hago esto por mi esposa porque ella era muy enfermiza, le pedí al Señor que la sanara y ahora le cumplo', rememora.