La ley es la ley y por eso Don Narciso* tiene claro que para evitarse sofocos matrimoniales es mejor cumplir cada orden a cabalidad. Ya estuvo ‘caído’ hace muchos años, por allá en la década de los 90, según cuenta, por lo que ahora, la patrona, su mujer, tiene un riguroso protocolo cuando su hombre llega todos los días de trabajar.
La orden es clara: la ropa se desinfecta en el patio, en un caldero lleno de agua y detergente. Luego de ese primer paso y el posterior baño, antes de acercarse a cualquier miembro de la familia, es necesario –haya o no haya pandemia– otra limpieza de pies a cabeza con alcohol y comprobar que ningún olor nauseabundo se le haya impregnado en la piel para –posteriormente– poder acurrucarse en su nido de amor.
Todo para evitar una enfermedad, para evitar contaminar su casa y para dejar atrás el reguero de basura por el que estuvo, un camino que disfruta limpiar, pero que muchas veces lo frustra. Lo lástima. Lo cansa. Lo hace querer tirar la toalla cada tanto por la falta de cultura ciudadana en materia de residuos.
Don Narciso roza los 60 años de edad. Se le nota a leguas. En la piel caída, en el caminar lento, en las arrugas. En que le cuestan las cosas más que al resto. Pero –a pesar de que el cuerpo ha perdido fuerza y elasticidad– el viejo le sigue poniendo el pecho, con escoba en mano, al noble proceso de limpieza de Barranquilla. Lo hace en zonas complicadas del centro de la ciudad que, cuando cae la noche, parecen convertirse en tierras de nadie. Y ahí, mientras hace su labor de escobita, observa todo lo que pasa en la noche barranquillera sin que nadie lo moleste. Sin que nadie se atreva a levantarse en contra de él. Es un testigo invisible. Un trabajador con los ojos puestos al piso, lejano de las peleas entre prostitutas, los robos entre habitantes de calle y los negocios turbios que se hacen entre callejones.
Convive entre el ‘estiércol’ de la ciudad y la delincuencia, pero está –al igual que sus colegas– más que orgulloso de su oficio. Es intocable. Es valioso para su familia y para los pocos que se adueñan de las esquinas a medianoche.
'Con nosotros (escobitas) no se meten los coletos. Nos va bien. La clave es cuidarse y bañarse después del trabajo para que la pudrición no se le pegue. Mi mujer se molesta si no me baño bien. Ella cree que tengo noviecitas por el centro porque les digo que las muchachas que venden tinto me dan comida y me cuidan en la noche. Bueno, un día la tuve, pero eso fue hace mucho (risas)', aseguró.