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Cuatro familias de ascendencia Mokaná descubrieron hace 13 días que le tienen miedo al agua. Herederos de una tradición indígena, originaria de las tierras en las que hoy viven, en Tubará, Atlántico, tuvieron que enfrentarse a un fenómeno que nunca habían visto, ni escuchado, en un centenar de años.

Si no fuera porque tienen que mantenerse hidratados y aseados, esta decena de personas -hombres, mujeres y niños- no quisiera ver una gota más nunca en su vida. Pero en la montaña en la que viven, a solo quince minutos de la cabecera municipal más cercana, el desvío del cauce de un arroyo terminó por arrasar con sus sueños y sus viviendas.

Juan Carlos Celín tenía apenas 14 años cuando ocurrió la tragedia de Armero, en las proximidades del Nevado del Ruiz. A sus 50, después de haber ido a estudiar a Bogotá y de regresar a su tierra, no imaginó que un mar de lodo, cargado de escombros y tierra, arrasaría la puerta para así inundar su pequeña casa de paredes azul cielo. Manchas de barro, en las paredes, la ropa, los muebles y hasta en las mascotas, todavía se mantienen 13 días después de la tragedia, cuando a las 2:30 p.m. del 12 de noviembre la vida -y la naturaleza- le dieran, a él y a su familia, una bofetada inesperada.

En Guaimaral, un corregimiento de Tubará, a quince minutos en moto del caso urbano más cercano, y a un poco más de Galapa, viven un poco más de mil personas, entre lomas, árboles y unas vistas de ensueño. En medio del pequeño asentamiento, la pavimentación de la carretera principal se ha robado la atención de todos sus habitantes. Las obras, que prometen turismo y progreso a este sector, que -según sus pobladores- es reserva indígena y patrimonio nacional, terminaron, denunciaron, 'afectando el cauce del arroyo de El Carmen', lo que hizo que las aguas se estrellaran contra las fachadas de las casas afectadas.

La familia Celín, junto a los Santiago, los Castro y los Suárez piden a la constructora corregir el cauce del arroyo, pues -dicen- que han sido los movimientos de tierra y los escombros de los trabajos de pavimentación lo que alteraron el curso del agua y, eventualmente, generó la avalancha de lodo. Además, exigen una indemnización por sus pérdidas. No solo por las materiales, sino también, por las secuelas psicológicas que les ha dejado el suceso.

'Menos mal esto no sucedió de noche, porque ahí si no sé qué hubiéramos hecho. Mi esposa y otros vecinos están enfermos, y no tenemos manera de llevarlos a Galapa o a otro municipio cercano', denunció Juan Carlos Celín.