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Gollo, picotero de vieja data, estaba asoleándose en la mañana del domingo. Sudado, agrio y con las manos sucias se aferró a las tejas del techo de su cantina, una caseta pequeña de colores vivos. A diferencia de otros, que podían aprovechar el último día de la semana para perderse entre las sábanas, este hombre moreno y de pelo oscuro arreglaba un pedazo del techo de su negocio, afectado por los constantes aguaceros de las últimas semanas en Barranquilla. Como era temprano, las cervezas seguían enfriándose en el congelador, las botellas estaban apiladas en las canastas y la champeta de El Gollo, su picó, permanecía apagada.

Faltaban quince minutos para las 11:30, momento en que –como todas las mañanas– la música de El Gollo sale despedida de los parlantes de colores. El picó, una bestia colosal contenida detrás de una reja oxidada, parecía esperar paciente para liberarse del silencio que lo castigaba. Su amo, que lleva el mismo nombre, es temido y respetado en Siete de Abril, barrio en el que se desarrolla esta historia. 

Para sus vecinos, es un tipo humilde y trabajador, que encontró en su aparato de música una forma para rebuscarse. Pero para sus enemigos 'es un bárbaro', que incluso se atrevió a amenazar de muerte a un cura, al mismísimo vocero de Dios en la tierra.

Hace dos domingos que no hay misa en la parroquia San Pedro Claver. La cantina de Gollo sigue prendida e imparable. Bullosa, como lo ha sido desde hace un año que fue establecida, fue declarada enemiga de la iglesia por el párroco Wilson Castilla, que encontraba en la champeta y el vallenato un rival incontrolable para sus reflexiones del evangelio en medio de la eucaristía. 

Cuentan los rumores en Siete de Abril, que luego de un encontronazo entre Gollo y el padre, en el que se insultaron en plena calle, bajo la luz del sol que Dios creó en el primer día, el sacerdote decidió claudicar y abandonar el barrio, cerrando de manera indefinida la capilla.

Preocupado por su vida, dicen unos, o aprovechando el contexto para huir del barrio, repiten otros, el párroco de San Pedro Claver no se la pensó dos veces antes de clausurar la casa de Dios, que ya lleva una quincena sin acoger a sus fieles seguidores. 

Oriundo de Aguachica, Cesar, el padre se habría sentido solo en su pelea contra su vecino el picotero, según afirmaron varios vecinos de Siete de Abril. Atosigado de día y de noche por el bembé y el retumbar del bajo, el párroco –comentan– no tuvo más remedio que rendirse ante las implacables fuerzas de la 'música mundana' y de pedir auxilio ante las autoridades eclesiásticas.

A Gollo estos chismes lo tienen sin cuidado, o eso es lo que demuestra con su expresión dura y voz tosca, cuando se le pregunta por lo de su pleito con el párroco Castilla. 

En camisilla, después de bajarse del techo, se sentó en la terraza de su cantina, ubicada justo en frente de la parroquia. No quiere fotos, ni videos, solo que lo dejen hablar. Serio, con su rostro fruncido, soltó la frase que encabeza su versión de los hechos: 'Yo nunca lo amenacé de muerte. Soy incapaz'.

'Él fue el que me amenazó a mí', recordó, acomodándose con desdén en su asiento. 'Desde la acera de en frente se puso a tomarle fotos a mi negocio. Cuando yo lo fui a encarar, a preguntarle que por qué estaba haciendo eso, me salió con groserías e insultos. Que le bajara a la música, que ya lo tenía enfermo. Algo así me dijo'. 

Gollo se recostó en su asiento, relajando los brazos y posándolos detrás de su cabeza. 'Yo siempre he respetado la eucaristía. Como yo sé que la misa de 10:00 se acaba pasaditas las 11:00, a las 11:30 es que yo pongo la música. Lo mismo en las noches, yo sé que este es un barrio residencial y le bajo a eso de las 8:00 de la noche. Un poquito, tú sabes, para no espantar a los que están tomando y no alterar a los vecinos, que puedan dormir'.