Naciones Unidas hace una nueva apuesta para promover los valores de la compasión, la solidaridad, la unidad y el respeto, cada vez más escasos en la sociedad actual, con la celebración por primera vez del Día Internacional de la Fraternidad Humana el pasado 4 de febrero. Una fecha que lamentablemente pasó bastante desapercibida, a pesar de la enorme importancia de su significado en un momento en el que el odio y la discriminación van en aumento por una desconcertante intolerancia a la diversidad cultural y libertad de creencias, entre otras fuentes de inaceptables conflictos.

Las actitudes discriminatorias y delitos de odio contra personas o grupos por motivos relacionados con su origen, género, orientación sexual, etnia, nacionalidad, religión u otras razones de similares características constituyen una afrenta contra los derechos humanos absolutamente inadmisible y se convierten en fuente de generación de violencia, fragmentando aún más a una humanidad expuesta hoy a la letalidad de un virus peligrosamente contagioso y mucho peor que el de la covid-19: el de la intolerancia, el sexismo, el racismo, la xenofobia y el nacionalismo.

Alarma cómo sectores extremistas, grupos violentos, organizaciones terroristas o supremacistas ganan terreno al lograr rápido y fácil acceso a las redes sociales usadas como cajas de resonancia para amplificar todo tipo de desinformación, hechos manipulados o distorsionados a su favor, fomentando, especialmente entre los más jóvenes, la apología del odio de carácter nacional, racial o religioso y promocionando además estereotipos, falsedades y prejuicios mediante un discurso del miedo que va escalando hacia formas más dañinas relacionadas con el acoso, amenazas, agresiones, violencia física y sexual hasta llegar incluso al asesinato.

Resulta doloroso comprobar cómo en este adverso tiempo de la pandemia –cuando más se demanda solidaridad, tolerancia y compresión– el confinamiento, la enfermedad, la pobreza y la desigualdad social debido a la persistente crisis económica desataron mayores violaciones de derechos humanos, episodios de discriminación y de diferentes violencias crónicas soportadas por grupos vulnerables como niñas, mujeres, personas con discapacidad y sectores Lgbti, cuya condición se hizo aún más precaria.

Superar los efectos de la covid-19, que representan una debacle económica y social sin precedentes para miles de millones de personas, reclama una respuesta mundial fundamentada en la unidad, la solidaridad y una cooperación multilateral renovada, pero también debe entenderse como una ocasión para favorecer una cultura de paz en la que se priorice el respeto a la vida en la que sumando esfuerzos entre todos se ponga fin a la violencia a través de la educación, el diálogo, el respeto y la cooperación.

Sin duda alguna, la promoción de la fraternidad humana es un gran punto de partida para procurar la convivencia común y la reconstrucción del tejido social tan lesionados en Colombia, donde la búsqueda de la paz y el desarrollo sostenible, bajo los principios de la tolerancia y el entendimiento, sean un compromiso compartido entre los actores políticos, sociales y económicos, y no solo un anhelo de libertad, justicia y democracia defendido por unos cuantos soñadores. Que la fraternidad empiece en cada uno.