Un día normal para un fiscal es de por si ya muy complicado, ni se diga para un juez, el primero llega a su despacho cumplido, y para abrir la puerta debe mover las más de 400 carpetas que puede tener a su cargo, quisiera que un asistente o un policía judicial lo ayudara, pero no, debe compartir con otros colegas este “privilegio” y además no puede dedicarse a estudiar el caso y luchar contra la impunidad por varias razones: pierde medio día en filas pidiendo audiencias –cosa que hoy debía ser cuestión de segundos en el computador– o debe someter todas sus decisiones a la aprobación de comités o superiores, muchas veces sin la experiencia y sagacidad de quien es sometido al escrutinio de sus superiores.

No pocas veces deben pedir una medida de aseguramiento que no tiene sustento porque el “comité” se lo exige. Poca flexibilidad tienen en la actualidad la mayoría de fiscales para ejercer su profesión. “Comité” es aquel órgano de la Fiscalía que ha sido muchas veces –en mi concepto– peaje costoso para evitar largos y tediosos procesos. La autonomía de los fiscales está cada vez más lejos. Ni qué decir de lo que sufrimos quienes litigamos y defendemos en el seres penal, se nos confunde con el cliente, se nos maltrata por parte de pocos jueces y muchos fiscales, aún y a pesar de las instrucciones de respetar al defensor que ha impartido el actual fiscal.

Cada vez que un litigante llega tarde a una audiencia o se ausenta es preguntado y acosado para presentar una excusa, pero cuando se trata de un funcionario judicial el tema ni cuestionamientos admite. Cada vez que un abogado defensor es enfático se le censura el tono y es disciplinado por su vehemencia solo por subir el tono de voz sin irrespetar a nadie.

Ejercer el derecho penal en Colombia –desde cualquier escenario– tiene sus problemas. Hace pocos días, ante un grupo de colegas que me invitaron a conversar, expuse que en Colombia la abogacía es una profesión peligro. Para que no lo sea más debemos colegiarnos, colegas, defendernos entre nosotros, apoyarnos, exigir respeto e igualdad, que se fije una tarifa mínima por labor ejercida, que se nos preste seguridad social, que se nos respete en los estrados y sobre todo que no amenacen o presionen con disciplinarios cada vez que no nos arrodillamos ante pretensiones de autoridades.

Desde aquí, le pido a todo abogado litigante que me cuente sus historias de abusos recibidos, de investigaciones absurdas de las que han sido objeto y a cada juez que me exprese sus necesidades para hacerlas públicas. A los fiscales un mensaje: los defensores no somos sus enemigos, solo ejercemos el más lindo oficio, la defensa .

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